Si Narciso renaciera en estos días, se sorprendería al descubrir que no fue el único atrapado en contemplar su reflejo y enamorarse de su propia imagen. Se asombraría al ver que ya no es necesario un estanque de agua para perderse en la fascinación por uno mismo. Basta encender el teléfono y empezar a swipear.
Las nuevas tecnologías ofrecen una amplia gama de servicios y alternativas de uso, ya sea laborales, educativas, recreativas, lúdicas o sociales. Entre ellas, están las aplicaciones de citas.
En el afán de encontrar pareja, los usuarios vuelcan información sobre ellos, eligen qué imágenes mostrar en sus perfiles, escriben una presentación, comparten gustos e intereses, y definen requisitos básicos para su búsqueda: edad, ubicación, género, entre los más destacables.
Parece ser que, gracias al uso de estas plataformas, el espacio online se ha consolidado para la búsqueda de pareja. Se trata de una herramienta audaz en un momento donde es cada vez más difícil conocer a alguien.

«El tiempo para conocerse es más tirano en la era del swipe left or right»
En esta suerte de vidriera digital, no sólo se trata de elegir un perfil para conectar sino también de ser elegido por otro usuario y lograr un “match”. De ahí, las aplicaciones proponen un chat que derivará en un posible encuentro en el mundo real.
Me pregunto sobre las múltiples significaciones que giran en torno a un mismo espacio. A pesar de compartir la idea de encontrar compañía amorosa, cada uno vive este proceso con diferentes emociones y proyecciones personales.
Para algunos, estas aplicaciones significan una fuente de entretenimiento o distracción. Para otros, representan un refugio contra la soledad. Quizás algunos tengan la expectativa de ser deseables, o asome el temor de no serlo. También, están aquellos ávidos al juego de seducción. O más bien, podría ser un terreno para asumir una actitud de seducción crónica.
Ahora, ¿qué sucede si sentimos la presión de ser siempre deseables en este mundo anónimo, sin margen para malentendidos y con una presencia constante? ¿Cómo interpretaríamos ciertas señales? ¿Qué emociones surgirían con cada “match”? ¿Cómo nos sentiríamos ante su ausencia? ¿Sería necesario el chat? ¿Y ante el ghosteo? ¿cómo evitar sentirnos descartables?
La inteligencia artificial ha irrumpido en nuestras vidas provocando cambios radicales. En el caso de las aplicaciones de citas, una innovación importante es la optimización de perfiles para encontrar coincidencias compatibles y reducir el margen de error. Las aplicaciones más populares permiten mejorar imágenes, biografías y presentaciones con el fin de destacarse entre los usuarios. Además, basándose en preferencias y «matchs» anteriores, presentan perfiles altamente compatibles, en busca de la pareja perfecta. Una especie de vitrina con los mejores modelos para cada usuario.
Así, busca agilizar y aumentar la eficacia de las conexiones, economizando tiempo y evitando palabras innecesarias.
Sin embargo, ¿qué entendemos por perfil compatible?
Es probable que, detrás de esta búsqueda algorítmica, perdure la idea arraigada en la cultura occidental del «alma gemela», basada en el mito del andrógino, un ser dividido a la mitad que busca unidad en el mundo. A lo largo del tiempo, esta noción se ha presentado de diversas formas: la media naranja, el príncipe azul, la mujer ideal, el hombre perfecto. Representaciones del amor basadas en la completitud y la complementariedad.
Claro está, en los últimas décadas, se ha deconstruido socialmente el concepto clásico del amor, desafiando creencias rígidas y estereotipos culturales y sociales.
Entonces, ¿qué papel juega la IA en la optimización de los perfiles para el «match»? ¿Prepara el terreno para cumplir con el ideal clásico del amor?
Supongamos casos exitosos, donde la automatización lleva a una combinación perfecta. Se establece la dinámica de la seducción, cada uno representa su papel confiados en el «match» previo. En este escenario, es probable que el objetivo sea fortalecer la autoimagen en lugar de arriesgarse, incomodarse y atravesar los desafíos de conocer y darse a conocer. Es posible que no nos angustiemos y todo fluya. ¿Será que la imagen de uno es más eficaz que la presencia?
¿Qué sucede si, incluso con la automatización, no hay un «match»? ¿Sería un fracaso nuestro o de la IA? Las empresas ofrecen servicios pagos o «premium», para que tu perfil circule con mayor frecuencia y tengas más visibilidad en este mundo. Para lo demás, suerte y amor.
Dejemos de lado la cuestión del éxito o fracaso, y centrémonos en cómo afecta nuestra autoestima. Vayamos aún más lejos. En esta lógica, ¿no se trata más de agradar al otro que de encontrar a alguien que nos guste? O sea, ¿no se pondría más en juego el sentirse deseado que el desear?
¿Qué pasa si sólo nos mueve la satisfacción de sentirnos continuamente deseados? ¿Qué tan cerca estamos del mito de Narciso?
Si nos miran, nos hace bien. Si nos miran poco, nos duele pero si nos miran demasiado, nos consume.
En este juego amoroso de espejos y miradas, ¿cuál es nuestro lugar? ¿Estamos dispuestos a conocer genuinamente al otro o nos quedamos en lo llano? ¿Cuán comprometidos estamos? ¿Disfrutamos del proceso? ¿Qué apostamos en esta situación? ¿Estamos preparados para las reglas del juego? O mejor aún, ¿qué tan vulnerables?
excelente!
Excelente reflexión!!
Muchas gracias Viviana! A seguir pensando!