El mundo digital propone un cambio en las reglas del juego y es probable que recién hoy nos estemos dando cuenta de ello. Confiamos en que iba a ser un fenómeno importante para nuestras vidas, sin dimensionar su alcance.
Se suprimieron las fronteras espacio-temporales de la comunicación transformando nuestro mundo en uno hiperconectado. La inmediatez, la voracidad en el consumo y la necesidad de obturar toda pregunta y todo problema, están a la orden del día.
En esta dinámica pareciera ser que ya no precisamos del “otro” persona para satisfacer nuestras necesidades, deseos, proyectos, dudas, inquietudes. Nos encontramos más solos y aislados, con la creencia de que estamos acompañados.
La comunicación digital es tan rápida, eficaz y atractiva que cada vez evitamos el contacto con las personas reales. La lógica de los algoritmos recrudece esta tendencia porque vivimos más permeables a lo que nos ofrece.
Uno de los ejes para la escucha psicoanalítica, es no dar por sentado lo evidente. Atravesada por esa mirada, me inquieta reflexionar sobre la soledad, partiendo de esta pregunta: ¿Qué motivos nos harían buscar a un “otro”-real-?
Freud estableció que la característica fundamental del ser humano es la necesidad de un “Otro Primordial” para vivir, a partir de un término que acuñó como desvalimiento psíquico del lactante.
Para comprenderlo mejor, pensemos en un bebé que llora. El bebé no puede expresar su necesidad mediante el lenguaje, es decir, contarnos por qué llora. Sin embargo, hay un “otro” que interpreta ese llanto y responde con una acción. Busca una explicación para esa necesidad: tiene hambre, está con sueño, son cólicos, está fastidioso. Pero, la respuesta que supone que satisface la necesidad del bebé, ¿realmente la satisface?
En realidad, siempre hay una diferencia entre la necesidad y la satisfacción de la necesidad. Pero, además, el bebé no puede resolverlo por sí mismo.
Desde ese momento mítico, se inaugura una característica de la condición humana: la necesidad de la presencia del “otro”. A lo largo de nuestra vida, de los “otros” recibimos palabras, emociones, abrazos, miradas, gestos, silencios que son texto. A veces, se nos presentifica la ausencia del “otro”: no puede, no quiere, no está.
De esta manera, la respuesta del «otro» no sólo no es la adecuada sino que, además, muchas veces, tenemos que esperarla. Otras veces, nos queda asumir que el otro ya no está para respondernos. Estos procesos son fundamentales para la psiquis humana.
Cuando estamos dispuestos, nos sorprende cómo nos escuchamos cuando tenemos una buena conversación con un “otro” real. Esto sucede porque nos descentramos, salimos de nosotros mismos, y tomamos otra perspectiva. En un momento de desborde, las palabras y gestos del “otro” real, alivian, acompañan y contienen. Otras veces, no nos convencen, no nos gusta lo que nos dicen o nos desilusionan. En este escenario, hay algo cierto: nunca vamos a saber de antemano cuál va a ser la respuesta del “otro” frente a nuestra necesidad.
La presencia del “otro” se da en el vínculo persona-persona. Es compleja, errática y genera un sinfín de sensaciones. Pero también es necesaria para vivir. El malentendido fundamental entre lo que uno dijo, lo que quiso decir, lo que el otro respondió y lo que quiso responder, es parte de la esencia humana.
No obstante, ¿cómo cambia esta dinámica con la llegada de la IA?
La IA conversacional es un sistema en el que convergen tres tecnologías separadas: inteligencia artificial, aplicaciones de mensajería y reconocimiento de voz. Uno de los pilares de esta tecnología es que aprende de nosotros mientras nosotros aprendemos de ella. De este modo, el sistema madura a partir de las experiencias conversacionales. Con la práctica, sus conversaciones se enriquecen y resultan más efectivas.
Esta propuesta redefine la forma del vínculo persona-persona para transformarse en un vínculo persona-máquina, con la característica de que, con las experiencias conversacionales, mejora su feedback. Entonces, con este avance tecnológico ¿Qué motivos nos harían buscar a otro -real-?
A primera vista, pareciera que los motivos que nos convocan a buscar a otro-persona, comienzan a perder vigor por el efecto de la simulación. La IA conversacional satisface algo que este mundo demanda: disponibilidad e inmediatez. Una autoayuda 100% disponible y con respuestas inmediatas. No nos va a defraudar en ese sentido, aunque todavía no dimensionemos su costo.
Por otro lado, es probable que se reduzca el margen de error de las respuestas de la IA conversacional porque su entrenamiento evita la dimensión de la intencionalidad por parte de la máquina. Es simple: la máquina no dice algo que no quiera decir.
Ahora bien, si esta es la forma de conversar con la IA, ¿acaso no es probable que recibamos respuestas que refuercen las creencias que ya tenemos sobre nosotros mismos? ¿La IA no se convertiría en un placebo? ¿Será posible que nuestro vínculo con la IA sea errático, que nos decepcione o frustre?
Si a través de la IA, reforzamos nuestras creencias y percepciones, nos perdemos en el consuelo de creer tener siempre la razón y nos alejamos del “otro” real, necesariamente diferente.
Entonces, la IA conversacional, ¿Será una compañía ficcional, que alimenta y robustece nuestra consistencia yoica? Es probable que la incondicionalidad de la IA tenga el revés de una oscura soledad.
¿Cómo vivimos la soledad si ni siquiera sabemos que estamos solos? ¿Qué tan dispuestos estamos para encontrarnos con el “otro” persona, cuando la oferta de la IA es inmediata y sin aparentes enredos?
Retomando el título de este artículo, es probable que la IA conversacional pueda devolvernos la ilusión de que vivir sea indoloro. O quizás nos ayude a evitar aprender cómo estar solos, o a evitar asumir que no sabemos cómo estarlo. O quizás, todo lo contrario.
Imaginé hacerle estas preguntas a la IA conversacional para recibir una respuesta y dar por cerrado el asunto. Sin embargo, prefiero seguir preguntándo-me.